Oscuro y sin sonido.


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Le apestaba el aliento, era un ser despreciable digno de ser desollado y quemado vivo, sus ojos eran dos cuencos vacíos, su garganta estriada llena de flemas, sus dientes chirriaban asco y saliva, sus manos, campos de concentración, donde cualquier huella pasada había sido desteñida. Sus maltrechos pies no daban pasos, arañaban el asfalto con cada zancada. Cortaba el viento con sus huesos afilados, llevaba el cuerpo como sin ganas, como sin forma.
La duda lo perseguía, lo volvía loco, atormentaba sus noches de alcohol, y sus días de resaca. Hacía mucho tiempo que había dejado de sentirse humano, miraba las bocas, las lenguas en movimiento a su alrededor, como a cámara lenta y sin sonido.
Lo único que le quedaba de razón le decía hace mucho tiempo que se quitara del medio, ¡PAM! Y adiós. Pero ahora sólo necesitaba un trago, algo parecido a ese fuego en el pecho, a ese ardor en las entrañas, algo parecido a estar vivo.
O quizás y con suerte acabara a la mañana siguiente tirado en la cuneta de cualquier autopista, sin tener que sufrir el respirar, la lenta forma en que sus pulmones intoxicados de odio y nicotina se llenan bajo su pecho, y como el dolor traspasa todas y cada una de sus venas, y revienta, sangrando todo aquel veneno que lo estaba pudriendo y lo llevaba de cabeza y sonriente, al puto infierno.

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