De rituales e infinitos.


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Como gatas, sombreadas sus siluetas, y engatusadas miradas a aquellos osaban observarlas con descaro. Elásticas sus formas, embutidas en suaves oscuridades entre silbantes humaredas, como difusas, centellean sus dientes a trasluz.
Desenfocadas, deslizando Bloody mary´s por sus suaves gargantas, una sonríe, fuera de sí, la otra danza, con los parpados cerrados mueve su cuerpo en un rictus de placer, oscilante, mechones de pelo corretean por sus mejillas, todos a su alrededor oscurecen, sólo es ella, las puntas de sus labios apretadas, su ceño, su concentración para sí, el lunar que adorna su pómulo y sus largas pestañas enmarañadas. En ese instante, la melodía es suya, entra y sale por sus orificios, la penetra, la posee, la empuja hacía dentro, profundo, y ella, toda violada de éxtasis en pleno público, pide más.
Al fondo, el dorado de un saxo se funde con la carne, los dedos, la sangre de unas manos, que van unidas a unos brazos, a un cuerpo que toca. Él la toca ahora, la seduce, lame sus gestos y sus movimientos, ambos follan al son del mismo ritual. Sus poros supuran colores acres, y notas azules y anaranjadas llenan el espacio, estallan en las bocas de todos los oyentes, estallan en sus ojos abiertos, en sus cabezas. En un oscuro local, casi una cueva, casi una fosa común, todos festejan, todos se sienten excitados, más vivos que nunca, todo el mundo allí reventaba de infinito.

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